Despertó Leonor de un sueño, sudaba pero tenía paz, no fué un mal sueño. Esa mañana encontró que la realidad era amable, que le gustaba ser Leonor.
Proctor no volvió a dar señales de vida y eso era bueno, muy bueno. Plantó sus pies en el suelo y una fuerza rara los encaminó a la puerta, la abrió y alli estaba aquella rosa solitaria, roja y viva que tanto había esperado ver. No hizo nada.
Leonor escribió una lista de cosas que tenía pendientes, todas eran buenas y agradables, pegó la lista en una pared y sacó su carita por la ventana buscando el sol que, aquella mañana, le daría toda la fuerza que necesitaba.
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